Cuando los ‘breeders’ más curiosos decidieron cruzar las semillas de toda la vida con ese Ruderalis que crecía en las cunetas de climas fríos, obtuvieron unas variedades que han conseguido una gran aceptación entre los consumidores durante la última década. Su rapidez para florecer, sin necesidad de estar pendientes de los ciclos de luz, las convierte en un gran atractivo para cultivadores novatos que buscan una producción sabrosa.

Apenas tienen una década de vida en el mercado, pero sus resultados ya son más que atractivos. Las semillas de marihuana autoflorecientes son muy demandadas por los cultivadores y resultan una opción muy seductora para muchos aficionados a la planta, que ven cómo en apenas tres o cinco semanas las flores están empezando a salir. Pero eso no es lo único que hace de las semillas autoflorecientes una ventaja; también, que no obligan a los cultivadores a estar pendientes de los ciclos de luz.

Las semillas autoflorecientes que comenzaron a popularizarse hace 10 años tienen su origen en una genética denominada Ruderalis, que procede de climas fríos como los de Rusia o el norte de Kazajistán, en los que hay pocas horas de luz intensa. Muchos la consideraban una especie de mala hierba, ya que crecía en las cunetas de estos lugares (Ruderal viene del latín ‘ruderis’, que significa ‘escombro’). Sin embargo, los ‘breeders’ se fijaron en ella por su velocidad de floración muy rápida y natural, es decir, que no depende de los ciclos día y noche ni de las condiciones externas de iluminación.

La primera gran semilla autofloreciente fue creada por el ‘breeder’ canadiense Joint Doctor, que quiso mezclar las variedades tradicionales procedentes de Europa con las canadienses, conocidas por su rapidez de desarrollo. Surgió así la Lowryder, con la que muchos bancos han experimentado y que comenzó siendo un cruce entre Northern Lights #2, William’s Wonder y una Ruderalis.

Los bancos de semillas dedican gran parte de sus esfuerzos a crear nuevas semillas autoflorecientes, que se caracterizan por unos sabores muy característicos. Aunque necesitan de poca luz para desarrollarse, suelen recomendar que se planten un mes antes del solsticio de verano, cuando los días son más largos.

A lo largo de esta década de experimentación, los ‘breeders’ han visto cómo plantas que apenas sumaban unos palmos de altura se han convertido, con la investigación constante, en plantas tan exuberantes que pueden alcanzar los tres metros. Por si fuera poco, son fáciles de cultivar, resistentes a plagas y enfermedades y tienen poco contenido en THC, ideal para quienes no buscan colocones muy fuertes. Son elegidas también por aquellos que no tienen un espacio amplio para cultivar, sea en interior o en exterior, ya que no suelen medir más de 80 centímetros. Es más, se pueden disimular en terrazas o patios con otras plantas. 

Unas variedades que se han ganado el cariño de la gente

Poco a poco, las autoflorecientes han vencido los recelos de muchos cultivadores, que al principio se acercaban a ellas solo por curiosidad o porque vivían en un lugar con un clima no muy caluroso. Y eso que en los primeros tiempos las variedades eran escasas y los ‘breeders’ aún no habían conseguido grandes producciones o buenos sabores. 

Con el tiempo, los nuevos resultados se han ido perfeccionando y se han obtenido sabores alejados del de Ruderalis que presentaban las primeras cosechas de la Lowryder. Es más, las nuevas semillas se sirven de genéticas clásicas. Así, podemos encontrar variedades autoflorecientes (también conocidas como automáticas) de la Cheese o con notas Kush, pero con la capacidad de florecer más rápido y sin tantos cuidados.

Las ventajas de las autoflorecientes son tantas que, debido a la brevedad de su ciclo de vida, puedes tener dos cosechas en un año si tienes la suerte de vivir en una zona con veranos largos. Seguro que una vez conocidas todas sus características dejarás de preocuparte por los ciclos de luz y correrás a cultivarlas.