En el mundo hay pocos sonidos tan emocionantes para un fumeta como el eco de los tambores de Ketama. Quien escucha el tamborileo que producen los cedazos de esta región marroquí, sabe que se le presenta una oportunidad única: podrá entrar en los herméticos territorios bereberes, perdidos entre las montañas del Rif, y ver cómo se elabora el mayor catálogo de pólenes vírgenes del mundo.

Las hondas depresiones entre montañas de la región de Ketama son una de las mecas cannábicas de la tierra; un lugar donde hay plantaciones tan grandes que apenas son abarcables con la vista y donde se manufacturan cientos de exquisitos y variados hachíses, al ritmo de los cedazos al ser percutidos. En los fértiles campos de esta salvaje provincia marroquí, que nace a espaldas de la cadena montañosa del Rif, se despliegan miles de hectáreas de Indicas achaparraditas, compactas y resinosas, cuyo destino será convertirse en el más extenso catálogo de pólenes del mundo, gracias a las manos experimentadas de los agricultores bereberes.

En las planicies y hondonadas de la cara norte del valle del Rif crecen plantaciones inabarcables para la vista.(Foto)

Es, sin embargo, un trabajo duro y costoso: por cada cien kilos de marihuana, sacarán un kilo de hachís. Un costo que no será para nada como las posturas, más o menos, arenosas y adulteradas que estamos acostumbrados a consumir aquí. No. Los dedos ágiles y expertos de los cultivadores de esta etnia norteafricana saben como dar vida a chocolates tan legendarios como el que aquí conocemos como Sputnik – que se hace con los primeros tricomas que caen de cada planta– ; el Doble cero(00) – que se obtiene con las primeras pasadas de las mejores plantas por unos tamices finísimos– o el gomoso y resinoso Ketama Gold con su delicioso olor a canela.

Desgraciadamente, estas ''delicatessens cannábicas'' se quedarán en suelo marroquí o volarán hacia las vitrinas de los mejores coffe-shops en Amsterdam. Poco o casi nada de ellas atraviesa el estrecho de Gibraltar. Aquí, llegan los pólenes que obtienen los agricultores marroquíes de la tercera pasada por los tamices hacia adelante: costos arenosos, la mayoría de las veces, que en en el mejor de los casos son un conglomerado de diferentes calidades con mucha materia vegetal, y que raramente no están adulterados.

Un cultivador examina el polen que ha obtenido: en cada plantación se manufactura un costo con carácter diferente, gracias al método tradicional de producción y a los secretos de familia. (Foto)

Todos estos hachíses son la última expresión de un engranaje de cultivo colectivo cuyo momento álgido es el repiqueteo de decenas de cedazos –en cada plantación–, filtrando polen y creando un eco que retumba en los montes cercanos. Su materia prima son las grandes plantaciones de Indicas pequeñas, de cogollos densos y recubiertos de tricomas, que siembran entre los pliegues de la montañas y los hondos valles que crecen en sus faldas. Unas matas con flores pesadas y fragantes que recogen entre septiembre y octubre cuando llegan las primeras heladas y que después ponen a secar al sol – lo que da al traste con una parte del THC de la cosecha–. La razón de este crimen es sencilla: no hay suficiente espacio en las casas y almacenes para secar las miles de plantas –machos y hembras incluidos– que cada año crecen en sus territorios.

Curiosamente, este rudo sistema de secado provoca una degradación de terpenos y clorofilas, que es una de las causas de ese sabor denso y definido que tiene todo costo de Marruecos.(Foto)

La geografía abrupta y fría de estas áreas montañosas, que se extienden a intervalos por el norte de África y Asia oriental, proporciona un marco obligado de cosechas rápidas y prematuras que ha modificado el carácter genético de estas variedades, durante siglos, hasta crear el genotipo índico que conocemos hoy en día. Son plantas bajas, compactas y con unos cogollos muy densos de olor a incienso, que han sido fundamentales en el gran granero cannábico para producir los híbridos de calidad y potencia que estamos acostumbrados a fumar hoy en día, como la Blueberry o la Blue Hash.

Las Indicas tradicionales de las zonas montañosas del norte de África y Asia oriental son como las 'abuelas' de algunas híbridas de gran calidad que podemos consumir hoy en día, como la OG Kush.(Foto)

A partir de noviembre, llega el frío invernal a las montañas de Ketama y es el momento de sacar las plantas de los almacenes de curado ya que la resina de estas se congela y se desprende más fácilmente, facilitando notablemente el trabajo. Llega el momento de la verdad: deben ponerse a sacar el hachís del que dependerá buena parte de su subsistencia durante el año próximo.

Los más ancianos y experimentados guían a los más jóvenes en un proceso que hace junta toda la familia. Para tal fin, las ramas de los cogollos se colocan sobre unos barreños recubiertos por tamices y se envuelve todo este sistema de extracción en seco, en unas toscas bolsas para que no se escape la resina. El resultado es un polen amarillo y suelto que contiene un concentrado de los contenidos psicoactivos de la planta y bastante materia vegetal, de media, a causa del agresivo sistema de extracción que utilizan.

A la marihuana que hay en el cedazo se le pondrá una bolsa de plástico y será percutida con ramas o palos.(Foto)

Este 'polvo' amarillento tendrá dos caminos para convertirse en hachís, según los métodos tradicionales ketamaníes: o bien puede ser amasado en frío para obtener un pólen marroquí muy poco compacto y que se rompe fácilmente, y por ende poco práctico para la exportación – por eso no lo vemos tanto por España – o podrá ser amasado y prensado en caliente, con lo que adquirirá el característico color marrón o negruzco y la consistencia compacta de todas las variedades de hachís marroquí que suelen llegar a nuestro país.

 

Diversas calidades que se producen en los valles cercanos a la localidad de Ketama.

 

Parte de la última película de Daniel Monzón 'El Niño' transcurre en las plantaciones de marihuana de Ketama.

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