El recuerdo de la primera (y última) calada que le pegué a un peta me transporta a una habitación llena de humo de un hotel de tres estrellas de Palma de Mallorca. Estoy rodeado de granujientos estudiantes de instituto en seminal viaje de fin de curso. Un porro pasa de mano en mano y de boca en boca hasta que llega a mí. Nada más absorber su humo, me da una tos acompañada de arcadas que creo que me va a matar. Me pongo de todos los colores. Mis compañeros se ríen a mandíbula batiente, incluida la tía buena a la que nunca seduciré. Aquella experiencia me traumatiza y me aleja de la marihuana durante casi dos décadas. Hasta que un día, hace unas semanas, un cartel en una calle de Málaga me canta con voz sirena. Llega a la ciudad Spannabis, la feria del cáñamo y bullen en mi cabeza los recuerdos, las risotadas, las burlas. Entonces la sirena verde me revela un dulce secreto a voces: Voy a ir a Spannabis, voy a desquitarme: voy a colocarme. 

Llego lleno de prejuicios, pero con la mente abierta. Antes de entrar en el recinto del Palacio de Ferias y Congresos de Málaga, el olor de la ganja me alcanza y empieza a embriagarme. Analizo el público que accede a la feria y no veo tanta rasta como esperaba. Una vez dentro, me sorprende la pulcritud e imagen de los stands presentes, la calidad de los logos, la creatividad de enunciados y esloganes, el agradable colorido e iluminación. Me doy dos tortas mentales en la cara: ¿qué esperaba? ¿El Bronx?

Mientras noto algo saltar dentro de mí como un niño a punto de abrir los regalos de reyes, voy paseando y viendo. Quiero ver. Y veo, veo. ¿Qué ves?

Me encuentro con una asociación que se llama Energy Control que se dedica a informar sobre el consumo de drogas, pero no para evitarlo, si no para enseñar a drogarse bien, con cuidado y responsabilidad. Asesoran para disminuir los riesgos asociados a su consumo. Te explican lo que no debes mezclar, tienen una web donde chequear si tu consumo de tal o tal droga es excesivo, tienen folletos sobre setas, alcohol, speed, MDA, Ketamina, tripis, mujeres y droga…Me parece algo realmente útil, y al mismo tiempo una patada en los testículos de la hipocresía general. Bravo.

Veo que hay varios stands que venden semillas y que la variedad es tanta que sus catálogos me recuerdan a los pantones de las tiendas de pintura. Además con unos nombres que casi parecen personajes de Pokemon. Purple Afghan Kush, Santa Sativa, Shark Attack pasando por la Moby Dick o la Bubba Kush, que por lo visto es la “mejor cannabis indica del mundo”. Las fotos de las semillas, ampliadas, parecen frutos tropicales o vainas de “La invasión de los Ultracuerpos”

En otro de los expositores hay zumbando una máquina cromada que parece el motor de un avión de la Segunda Guerra Mundial. Pregunto que qué es y me cuentan que es una máquina peladora de cogollos. Inmediatamente pienso en unos cogollitos de lechuga con sus anchoas y su aceite, pero no, son cogollos de marihuana los que corta el cacharro. “Veinte kilos la hora”, me informa el vendedor con orgullo de padre.

Todo me parece muy interesante, pero va siendo hora de probar el temita. ¿Dónde está esa mandanga?, me pregunto mirando sospechosamente a los aburridos guardias de seguridad que dan vueltas por el recinto mirando a las vigas del techo. Decido empezar por algo ligero y me tomo una Cannabeer. Está rica y en el folleto que me entregan pone que ha ganado el premio al Mejor Producto de Cáñamo Spannabis 2015. ¿Premio? Sí, existen unos premios Cannabis anuales, con categorías como Mejor Banco de Semillas, Mejor Nutriente, Mejor Utensilio de Cultivo o Mejor Producto de Parafernalia. ¿Cómo es que yo no sabía todas estas cosas?

Mientras espero a que la cerveza me haga algo intento averiguar qué es eso de las semillas feminizadas o me entretengo leyendo sobre las aplicaciones del cannabis a productos de estética. Hay cremas y aceites para la piel, las arrugas, las articulaciones, el acné o la psoriasis en un par de stands.

En uno de ellos aprovecho para probar un trocito de pan con aceite de oliva con cannabis, a ver si se potencia el efecto de la cerveza.

Parece que ya empiezo a discernir algunas cosas. Un sector de la feria es como Leroy Merlín, con todos sus productos de jardinería. Todo para tu(s) planta(s) de María. Medidores electrónicos de PH, fertilizantes, libros sobre hidroponía,…Otro es más rollo industria y tecnología.

Allí se promocionan hornos digitales de vacío, prensas para transformar extractos de plantas en pasta, lámparas para cultivos urbanos, neutralizadores de olores o cacharros que parecen antenas parabólicas y que no sé para qué sirven.

Otro sector es más social. Charlas sobre cannabis y ciencia, proyecciones de documentales, artesanía del cáñamo, publicaciones, filtros de papel, pipas de cristal, bongs…

De buenas a primeras un serbio loco con acento sudamericano me invita a probar su cerveza medicinal con marihuana. Me enseña la foto del maestro cervecero que la creó, un bávaro. La pruebo, está muy fría y entra como César en Roma tras vencer en las Galias. Me regala un vasote y me dice que me pase por su restaurante-hostal para mochileros de Málaga.

Me empiezo a notar muy relajado, pero eso no quiere decir nada. Entonces es cuando casi me doy de bruces con el expositor de unos holandeses que venden vaporizadores de vidrio de laboratorio al tiempo que anuncian el evangelio de la fumada pura, medicinal y sin residuos.

Me agarro a uno de aquellos ingenios como un cabritillo a la teta materna e inhalo el vapor mientras dentro de aquello se produce un burbujeo. Me pica, voy a toser y recuerdo a mis compis del instituto, en círculo y descojonados cuando estuve a punto de toser mi faringe en aquel hotel cutre de Palma. Aguanto el aire todo lo que puedo y luego lo suelto. No he tosido. Vuelvo a inhalar. Esta vez suelto una leve tosecilla, pero solo un par de veces. Que les den, pienso.

Es hora de volver a casa, de pegarme una señora siesta, de ejercer de marido y padre, de escribir este artículo. Mientras abandono el hemiciclo, me da por ponerme cantarín. Canto canciones de los 80 y los 90, una detrás de otra. Spannabis ya no me huele a marihuana. Me huele a libertad. Y me está entrando un hambre tremenda.

----------

Autor: Jaime Noguera