Un elemento muy común en todas las reuniones en las que está presente el cannabis es una buena provisión de dulces. Esa hambre tan salvaje y tan característica es uno de los efectos típicos que se producen al consumir la planta. Y tiene su origen en un singular sistema de comunicaciones del interior del cerebro y con implicaciones en procesos tan variados como el apetito, el estrés, el dolor o las emociones, un sistema a cuyo funcionamiento afecta de manera significativa el tetrahidrocannabinol (THC), el ingrediente activo de la marihuana.

Desde su aislamiento en 1964, el THC ha sido objeto de diversas investigaciones que han arrojado luz sobre la forma en que este compuesto interactúa con el organismo. Un equipo de científicos internacionales publicó en la revista ‘Science’ en 2005 que los receptores con los que entra en contacto cuando está presente en nuestro cuerpo existen desde fases muy tempranas de la evolución. Es más, según el mismo estudio, nuestro propio organismo metaboliza sustancias que entran en interacción con dichos receptores. Todo ello es lo que se conoce como sistema endocannabinoide y tiene, además de una gran importancia en la regulación de diversos procesos fisiológicos, un potencial muy prometedor para la medicina.

El sistema endocannabinoide

Como se desprende de ese trabajo, la base del sistema endocannabinoide se encuentra en los receptores cannabinoides, unas membranas proteínicas que se encuentran en células del sistema nervioso central. Existen dos clases conocidas, denominadas CB1 y CB2, que se pueden encontrar en diversas partes del cuerpo. A su vez existen dos clases de endocannabinoides: la anandamida y el 2-araquinodilglicerol (2-AG). Son unos lípidos producidos naturalmente por el cuerpo cuando son necesarios y que son capaces de interactuar con estos receptores. Como si de una llave y una cerradura se tratasen, estas sustancias tienen el tamaño y la forma necesarias para interactuar entre sí.

El sistema regula la liberación natural de neurotransmisores dentro del organismo y desempeña un papel importante en funciones neuronales como la memoria, el comportamiento adictivo e impulsivo o el aprendizaje, aunque también en otros procesos no cognitivos, como reza una investigación de la Escuela de Medicina de la Universidad de San Luis (Misuri, Estados Unidos).

Cada vez que se produce una sinapsis, es decir, la transmisión de información mediante un neurotransmisor desde una neurona (la célula presináptica) a otra (célula postsináptica), esta última puede metabolizar los endocannabinoides que hacen el camino contrario para interactuar con los receptores cannabinoides de la primera. Gracias a esta retroalimentación se inhibe la producción de neurotransmisores; así, el sistema contribuye a organizar la homeostasis (autorregulación) del cuerpo.

Sin embargo, y continuando con el símil de las cerraduras, también existen sustancias externas capaces de interactuar con los receptores cannabinoides CB1 y CB2 como una llave falsa. Estas sustancias no generadas por el cuerpo humano son el THC y otras similares como el cannabidiol. En conjunto se llaman fitocannabinoides.

El THC en interacción con el sistema endocannabinoide

La cantidad de procesos fisiológicos en los que está implicado el sistema endocannabinoide hace que de su manipulación puedan resultar múltiples efectos fisiológicos. Al estar presentes en distintas partes del organismo, no solo en el cerebro, los efectos causados por los fitocannabinoides pueden ser de diversa índole, en función del órgano afectado.

Sabiendo cómo funciona podemos encontrar maneras de manipularlo para nuestro beneficio. Los endocannabinoides son metabolizados naturalmente por el cuerpo cuando el sistema los necesita. Los fitocannabinoides como el THC, por el contrario, interfieren en el sistema en el momento en el que se produce su consumo e inciden directamente en los receptores cannabinoides, alterando el desarrollo normal de los procesos autorreguladores del cuerpo.

Esta intromisión puede provocar diversos efectos secundarios en función de la parte del organismo que se vea afectada por esta sustancia exógena. Así se explica, por ejemplo, ese recurrente antojo de dulces que padecen aquellos que fuman cannabis: el THC interactúa con los receptores CB1 y CB2 periféricos y estos producen una absorción rápida de glucosa en sangre, que en última instancia lleva a la sensación de hambre.

Precisamente ese efecto secundario ha resultado ser una respuesta farmacológica: científicos de la Universidad de Utah (Estados Unidos) han demostrado que, en casos de enfermos de sida y en pacientes de cáncer tratados con quimioterapia, el THC puede ser un remedio eficaz para aumentar el apetito, así como para tratar la anorexia. Y no es el único beneficio que los cannabinoides tienen que ofrecer a los enfermos de cáncer, ya que por su poder analgésico son buenos candidatos para tratar el dolor crónico. Además, formas sintéticas de THC como el dronabinol y la nabilona, consideradas sustancias controladas, se comercializan en muchos países para aliviar las náuseas provocadas por la quimioterapia.

Un equipo de investigadores españoles también ha hallado posibles aplicaciones prácticas de la manipulación del sistema endocannabinoide para tratar problemas relacionados con la conducta impulsiva, el estrés y la obesidad e incluso otros de índole cardiovascular o gastrointestinal. No obstante, el uso médico del THC sigue siendo motivo de controversia al estar constatados sus efectos adversos sobre la memoria, la coordinación, la capacidad de reacción y otras capacidades cognitivas. Mientras tanto, los beneficios sobre el sistema endocannabinoide sí parecen claros. La próxima vez que quedes con unos amigos para una sesión en la que la buena marihuana sea la protagonista, prepara también un gran arsenal de pasteles, galletas o donuts. Una recompensa que vuestro cuerpo os agradecerá.