Clarita Brown aparece en la portada de ‘Mi vida con un fumeta’ completamente desnuda, con sus pezones pudorosamente tapados por sendas matas de marihuana, un fiel resumen de un libro que huele a María y a sexo.

Clarita es el seudónimo de una consumidora de hachís reconvertida en cultivadora, que en este diario/novela cuenta sus “aventuras y desventuras” con la planta, con su novio Marcelo y con una recua de amantes que van trasegando por su cama, siempre bajo los narcotizantes efectos del cannabis.

Los diarios de Clarita Brown han sido publicados por la revista ‘Cáñamo’ durante los dos últimos años y ahora aparecen en formato libro, publicados por Planeta de Libros. Hemos tenido que pasar un par de filtros de seguridad, pero por fin conseguimos entrevistar a la enigmática Clarita Brown.

En tu libro cuentas cómo vas vadeando la ley, primero poco a poco, después con premeditación y alevosía. ¿Estás a favor de la legalización del cannabis en España o se te acabaría el negocio?

Estoy a favor de que cuando se haga la legalización del cannabis se tenga en cuenta a los usuarios, a los cultivadores y a los vendedores que ahora estamos sufriendo la prohibición. De momento el Gobierno ha dado ya licencias de producción de cannabis y derivados a macroempresas de capital extranjero para exportar a países donde hayan regulado la marihuana medicinal. Mientras, los enfermos tienen que acudir al mercado negro y se persigue a los grandes cultivadores que surten a gran parte de Europa. Así funciona España… Quien cultiva cannabis cultiva alegría y los gobiernos están llenos de gente triste. Creo que la primera autorización que se concedió para cultivar cannabis medicinal en este país fue a una empresa de Juan Abelló, el capo del opio farmacéutico con su empresa Alcaliber (que ya no sé si sigue siendo suya, porque esta gente no para de vender y de comprar). ¿Abelló se ha fumado alguna vez un porro? ¿Sabe algo el triste de Abelló de la alegría cannábica? No, pero es un hombre cercano al poder y por eso se beneficia del asunto. Y si la legalización del cannabis se hace así, beneficiando a las grandes empresas, va a ser una nueva humillación para todos los cannábicos. El poder no se fía de los fumetas, nos sigue tratando como a niños, y el gran negocio, si no lo impedimos, beneficiará a los que ahora nos persiguen. Y si eso es así, seguiremos cultivando cannabis y vendiéndolo en el mercado negro, sin impuestos y más barato para el consumidor final. Así que con la ley de nuestra parte o en contra de la ley, pagando impuestos o no, nuestro negocio de exquisita hierba seguirá.

Pero qué prefieres ¿cannabis legal o ilegal?

Me gustaría decirte que a mí me gusta el cannabis sin apellidos. Ni cannabis legal ni ilegal, ni cannabis medicinal ni recreativo. Porque a mí me gusta la marihuana por lo mucho que me da, no porque una ley me dé permiso o me lo deniegue. Y no digo que el cannabis no sea medicinal, pero no me gusta que al que se utiliza con fines lúdicos le nieguen poder terapéutico. Si yo me fumo un porro para relajarme, ese porro me está dando la salud que los nervios me quitan. Pero, bueno, voy a ser buena y voy a contestar a tu pregunta. Prefiero el cannabis legal porque estar al margen de la ley es muy cansado. No sabes lo complicado que es blanquear el dinero cuando no son millones. Cultivar cannabis en la ilegalidad es un buen negocio, pero de medio pelo. Ganas lo suficiente como para llamar la atención, pero no tanto como para poder comprar voluntades políticas o corromper a jueces y policías. Si se legalizara como pasa ahora con el alcohol, que hay grandes marcas, pero tú puedes hacerte cerveza en casa o montar una pequeña empresa de vino ecológico, la vida para nosotros sería más fácil. Al fin y al cabo, los que llevamos años cultivando y vendiendo tenemos una experiencia y un conocimiento que nos hace estar preparados para competir. Otra cosa es que nos dejen.

¿Lo de ocultarte detrás de un seudónimo es para protegerte de las fuerzas del orden o de los numerosos amantes que aparecen en las páginas de ‘Mi vida con un fumeta’?

Mis amantes estarían encantados de reconocerse en las páginas de mis memorias. Los hombres son tan vanidosos que son incapaces de guardar un secreto. Yo creo que más que follar a un hombre le gusta presumir de que ha follado. A las mujeres también nos gusta hablar de estas cosas, aunque de una manera más discreta, con nuestra mejor amiga o con nuestro amigo gay. Digan lo que digan, a las mujeres que gozamos se nos sigue mirando con sospecha. Una mujer borracha o una mujer infiel o una mujer fumeta está infinitamente peor vista que un hombre borracho, un adúltero o un porrero. ¿He follado yo mucho en mi vida? No tanto como me gustaría. Sobre todo me hubiera gustado follar más de adolescente, hasta los 25, que yo creo que ha sido la época de mi vida en la que he sentido con más fuerza los latigazos de la lujuria. Hasta hace poco yo perdía el tiempo fantaseando con el amor y condicionando mi entrega sexual a un sentimiento recíproco. Y la verdad es que deseo sentía mucho y hacia muchos, pero por un romanticismo mal entendido me cortaba el rollo. Viví unos años de liberación, que son en parte los que cuento en el libro, y ahora cada vez me cuesta más acostarme con cualquiera, creo que estoy pasando un momento de apatía sexual. Decían que el confinamiento iba a excitar las pulsiones sexuales pero, en mi caso al menos, ha sido un bajón… ¿Era eso lo que me habías preguntado? Es que creo que me he confundido de tarro y, en lugar de hacerme un porro de sativa, me he fumado uno de una índica narcotizante…

Te preguntaba por la razón de esconderte tras un pseudónimo

Ah, sí. El pseudónimo me ha servido en primer lugar para no ir a la cárcel. La gente se cree que soy un personaje inventado, porque a la gente se le olvida que por cultivar y traficar hierba te meten en prisión. En algún momento he dicho que si se legalizara el cannabis diría mi nombre real, pero no creo que lo haga, podría traerme problemas judiciales, a lo mejor no por vender hierba, pero sí por haber blanqueado pasta. Y también me da palo desenmascararme y que la gente de pronto me reconozca y venga a pedirme dinero prestado que luego seguro que no me devolverá nunca. O que al verme con Marcelo digan “esa es Clarita y ese es Marcelo, el fumeta que después de cagar no tira de la cadena”. Además, lo del pseudónimo te envicia, porque hablar desde el anonimato te libera de tener que guardar las apariencias. Puedo decir lo que me dé la gana sin medir las consecuencias de mis palabras. Cuando un escritor escribe, y más hoy que la mayoría se pone de protagonista de sus autoficciones, siempre está representando un papel. Sobre todo cuando lo niega y dice que lo que ha escrito lo ha hecho sin que le importe lo que piensen los lectores. En cambio, cuando escribes tras un pseudónimo y nadie, salvo los más allegados, sabe quién eres, tienes una gran libertad. No es que no te importe lo que piensen los lectores, es que les puedes hablar de tú a tú con la confianza de que sus juicios no te van manchar. También si escribes con tu nombre real y cuentas algo de gente que ha pasado por tu vida, pues a lo mejor se cabrea, ¿y qué necesidad hay de cabrear a tus amigos o a tus amantes? Si tuviera más imaginación escribiría con mi nombre novelas de ciencia ficción, pero como soy poco imaginativa escribo con pseudónimo historias de cosas que me pasan, historias de ciencia fricción.

Hablando de amantes, ¿cómo una mujer como tú, sofisticada y fina, se enamora de un tuercebotas como Marcelo?

Y yo que pensaba que en Mi vida con un fumeta daba la impresión de ser vulgar… Me gusta que me veas sofisticada y fina. Y entiendo lo que dices de Marcelo. Marcelo, el pobre, se lleva la peor parte. Si la obra no fuera una comedia, Marcelo aparecería como un hombre aventurero y de hondas reflexiones, un hombre irresistible cuyo carisma personal le permite montar un emporio cannábico. Pero, como es una parodia de nuestras idas y venidas, el pobre sale retratado como un tarado. Pero no lo es, o, al menos no lo es del todo… Yo creo que en general, al menos en España, las mujeres tratamos a los hombres como si fueran tontos. Es parte de la manera en que nos relacionamos, los tratamos de torpes y ellos, mal que bien, lo soportan, porque, en ocasiones, eso les permite hacerse el sueco y no tener que rendir cuentas. Cuando se habla de hombres y mujeres es todo siempre muy complicado. Marcelo en realidad ha sido el hombre que me ha permitido cambiar mi destino. Mi madre si me oyera, que no me oye, o si supiera lo que hacemos, que no lo sabe, diría más bien que Marcelo me ha arruinado la vida. Eso mismo decía y dice ella de mi padre, cuando eran y siguen siendo un matrimonio feliz. A mí quizás, ahora que lo pienso, me ha influido mi madre a la hora de hablar de los hombres como si fueran unos inútiles. Sin embargo, Marcelo y yo tenemos una vida intensa y con muchos momentos de alegría. Para ser lo que somos hemos tenido que juntarnos. No diría que sigo enamoradísima de él, pero sí que nos seguimos riendo mucho juntos y que a su manera me aguanta, porque yo también tengo lo mío. Si hubiera sido él el que hubiera escrito la historia seguro que yo sería la tuercebotas o, mejor, conociendo como le gustan los juegos tontos de palabras, yo sería la tuercetacones, siempre a un paso del esguince.

Me han contado que ya no vives en Lavapiés, donde transcurren tus aventuras en el libro. ¿Por qué abandonaste Madrid y qué extrañas del barrio, si es que extrañas algo? 

No sé quién te habrá informado, pero muy enterado no parece estar. Sigo teniendo piso en Lavapiés, pero con todo esto de la pandemia hemos pasado más tiempo en nuestras segundas y terceras residencias. Es lo que tiene tener dinero, que puedes tener varias casas y pasar temporadas en cada una de ellas. La verdad es que me gustaría que nuestros negocios fueran legales para que me hicieran un reportaje en las primeras páginas del Hola, en esas donde salen millonarios enseñando sus mansiones. De Lavapiés echo de menos la gente, el milagro habitual de encontrarte por la calle con amigos, cruzarte con gente que, aunque no conozcas, puede ser tu amiga. Eso solo me pasa en Lavapiés, supongo que porque entre sus calles me hice la mujer que soy hoy.

¿Qué futuro crees que tiene el cultivo artesanal y casero de marihuana ahora que irrumpen en el mercado las fuerzas del turbocapitalismo?

Lo justo es que haya sitio para todos los que tengan buen producto. Yo sé que algunas amigas del movimiento cannábico organizado son partidarias de lo estatal y del cultivo asociativo, de liberar la marihuana del capitalismo, de hacer de una planta perseguida una utopía de solidaridad y apoyo mutuo lejos de la competitividad neoliberal… Vale, suena bien. Pero yo quiero poder elegir entre distintas marihuanas, porque si la de la cooperativa por muy solidaria y anticapitalista que sea está llena de hongos y cuesta un dineral, pues a lo mejor resulta que prefiero la que venden en el supermercado. A mí ahora me gusta la cultivada en exterior y ecológica, pero Marcelo, por ejemplo, prefiere la de interior y no le da mucha importancia a los fertilizantes orgánicos. Tanto él como mi amiga Violeta dicen que la marihuana de interior es mucho más pura y más limpia que la de exterior. Son gustos. Eso sí, la mejor marihuana es siempre la que una misma siembra. Si eres capaz de sacar unas plantas adelante con un resultado decente, te da tal subidón cuando te las fumas que te parece la mejor del mundo. Supongo que al que plante lechugas le pasará lo mismo. Pero, claro, hablamos de una planta que se cultiva para colocarte, para alimentar el alma, y vivir todo el proceso desde la semilla hasta la cosecha y el curado hace que valores más la experiencia de consumirla. Te fumas un cogollo que has visto crecer y es como si el humo te ligara a una memoria común con la planta, entre el cielo hacia el que suben las ramas y la tierra en la que arraigan las raíces, entre el agua que la regó y el fuego que la quemó. Fidel Moreno, que es el director de Cáñamo y el que me ha ayudado en la escritura del libro, me contó el otro día que durante el confinamiento plantó tres autoflorecientes en las ventanas de su piso en Madrid. Durante el duro confinamiento madrileño las vio crecer cada día y ya cuando se pasó a la Fase 3 las cosechó y la otra noche se fumó el primer trócolo (él lo llama así) y me llamó por teléfono todo emocionado. “Sabe mejor que la tuya, Clarita”, me decía. Y probablemente, si somos objetivos, sea una hierba mucho más mala que la mía, pero es la suya y ya sabemos lo que pasa con los hijos y los pedos: que cuando son propios nunca son feos. Así que el mejor futuro cannábico sería aquel en el que convivieran una diversidad grande, de variedades de hierba, de experiencias de cultivo, de grandes, pequeñas y medianas empresas. La revolución verde está empezando y el dinero no es lo más importante. Lo más importante es cómo la popularización de la marihuana va a influir en el mundo y en las relaciones humanas. Después de fumarte un porro tu vida y el mundo cambian, eso es lo importante.

En tu libro hay mucho sexo y muchos porros. Por lo que he podido investigar sobre el particular entre mis allegad@s, parece que el cannabis resulta más afrodisíaco para ellas que para ellos. ¿Estás de acuerdo?

Para eso tendría que ser, al menos durante el tiempo que dura un polvo, un hombre. Me encantaría experimentarlo, la verdad. Ser un tío durante un día y una noche me resolvería muchas de las dudas que me quitan el sueño. Lo que sí creo, y es una cosa sabida, es que las mujeres somos en general más orgásmicas que los hombres. Está la historia de Tiresias, el adivino de la mitología griega, que fue mujer durante siete años. Resulta que Zeus y Hera discutían acerca de quien experimenta mayor placer sexual. Zeus decía que las mujeres y Hera que los hombres. Llamaron a Tiresias porque era el único cuya experiencia de haber vivido ambos sexos podía aclarar la verdad. Tiresias le dio la razón a Zeus, asegurando que el hombre experimenta una décima parte del placer que gozamos las mujeres. No sé si es esa la proporción, pero estoy segura de que las mujeres nos corremos más y mejor que los hombres. Y si está el cannabis de por medio, en su justa dosis, porque si te pasas te puedes distraer, las sensaciones se te amplifican. No he probado la viagra femenina y el alcohol me da sueño, así que, al menos para mí, el cannabis es lo mejor que conozco para correrte a lo grande.

¿Cómo describirías lo de follar bajo los efectos para alguien que nunca lo ha probado?

Es como si te desataran. Como si normalmente te bañaras en un pequeño barreño de agua y de pronto te soltaran en medio del mar. Un mar de pollas que te mecen y te acarician... Follar fumada es un desborde maravilloso. Para los hombres también, pero a los hombres les cuesta más perder el control. Yo qué sé. Lo que sí sé es que aquellos y aquellas que no lo han probado se están perdiendo algo importante. Allá ellos.

Ya tardas en hacerte con tu ejemplar de ‘Mi vida con un fumeta’.