La secuenciación del genoma completo de la planta de cannabis y la descripción de su estructura suponen un hito científico que abre la puerta al desarrollo de nuevos productos y fármacos derivados de la marihuana. Esto puede dar el empujón definitivo a la industria cannábica.

A pesar de que diferentes estudios han demostrado los beneficios que el cannabis tiene para la salud gracias a sus propiedades analgésicas y antiinflamatorias, entre otras, y que incluso la Organización Mundial de la Salud ha reconocido su potencial terapéutico, la marihuana medicinal es todavía un campo de investigación poco explorado. Aún existen muchas lagunas, por ejemplo, en cuanto a los formatos de administración más eficientes o la verdadera amplitud del abanico de enfermedades cuyos síntomas puede ayudar a paliar.

Sin embargo, un reciente hito científico supone un punto de inflexión tanto en el ámbito de la investigación como en el de la industria del cannabis en general. La empresa estadounidense Sunrise Genetics ha publicado por primera vez el mapa genético completo de la planta de cannabis, según desveló este mes en una conferencia sobre el genoma de plantas y animales celebrada en San Diego.

Cartógrafos del genoma

El proyecto de esta empresa con sede en Colorado no es el único ni el primero enfocado a describir la estructura genética del cannabis. Sin embargo, a diferencia de otros casos, la firma ha sabido reunir y coordinar los recursos científicos necesarios y mantener una población de cannabis estable para obtener resultados concluyentes. El genoma de la planta está formado por 10 piezas fundamentales y las técnicas de secuenciación en alta resolución de la compañía permiten observar la composición de esas cadenas de ADN y cómo se distribuyen los genes exactamente.

La visión global que los hallazgos aportan sobre el material genético del cannabis puede compararse con el conocimiento que aporta una combinación entre el mapa físico de un territorio, los nombres detallados de todos sus accidentes geográficos y poblaciones y la habilidad para calcular las distancias entre diferentes puntos del mismo. 

Sin embargo, emplear la información del ADN para la selección y mejora de plantas no es una estrategia nueva. Grandes compañías la han utilizado en cultivos como el maíz, el trigo o el tabaco. Un ejemplo es Monsanto, que, además de aplicar técnicas de edición genética en semillas, identifica los rasgos propios de las especies vegetales y los genes responsables de esos atributos.

Si ya se hacía en otros sectores, ¿por qué ha tardado tanto en llegar este mapa genético detallado en el caso del cannabis? El principal motivo son las trabas provocadas por la diferentes y confusas condiciones legales y prohibiciones que rodean a la marihuana y su industria.

En Estados Unidos, donde se llevan a cabo la mayoría de estudios sobre los genes de la planta, aún se considera como una sustancia ilegal a nivel federal, aunque muchos estados hayan aprobado su uso recreativo y medicinal. Esta condición impide que los proyectos e investigaciones en torno al cannabis reciban financiación del Gobierno estadounidense, ralentizando así cualquier avance científico en esta área.

Los pioneros que allanaron el camino

Los primeros equipos en estudiar el ADN de la marihuana, como el liderado por el profesor George Weiblen, de la Universidad de Minnesota, se enfrentaban a importantes restricciones que limitaban la obtención de semillas y el acceso a dinero público y les obligaban a establecer condiciones de seguridad extremas en los laboratorios.

El proyecto de Weiblen, que arrancó en 2002, fue el primero en recibir el permiso de la FDA para analizar la genética del cannabis. Como resultado de todas las piedras que su grupo encontró en el camino, solo fue capaz de publicar un estudio sobre las diferencias genéticas entre el cáñamo y la marihuana después de 12 años de indagaciones.

Sin embargo, el creciente interés por la investigación en este campo ha impulsado nuevas iniciativas, en muchas ocasiones basadas en esos trabajos previos de pioneros como el científico de la Universidad de Minnesota. De hecho, en uno de sus estudios posteriores, Weiblen se las arregló para describir un mapa genético preliminar de la marihuana que ha resultado clave para desarrollar su versión completa.

Pero los muros impuestos por la legislación no han llegado a esfumarse. Incluso hoy, cuando se estima que la industria de la marihuana moverá 50.000 millones de dólares (unos 40.800 millones de euros) en 2026, las trabas continúan estrangulando la innovación en universidades y empresas. Entre otras limitaciones, su condición a nivel federal impide a Sunrise Genetics obtener ADN de las plantas, ya que para ello necesita tratar las hojas. Pese a que estas no son objeto de consumo, se consideran oficialmente como las partes que sí lo son, por lo que aquellos científicos que las distribuyan pueden sufrir duras represalias. 

No obstante, una vez procesadas y convertidas en información genética son libres de intercambiarlas con otros investigadores o enviarlas por correo. Los expertos deben ser cautos en todos los aspectos, pues las leyes no son claras respecto a su actividad, y cualquier traspiés puede dar al traste con sus avances.

Al igual que trabajan con otras empresas del sector de la agricultura, en Sunrise Genetics esperan contribuir con sus hallazgos al impulso de las firmas de la industria cannábica. Otra tendencia que lleva algún tiempo sacudiendo este ecosistema puede servir de catalizador: los fondos de inversión privada tanto estadounidenses como de Canadá han puesto sus ojos (y millones) en las empresas relacionadas con el negocio y la investigación sobre el cannabis, una alternativa que permite capear el escaso capital proveniente del gobierno.

A medida que se desarrollen nuevos productos y variedades con incidencia en el mercado, es previsible que el sector cannábico atraiga cada vez más dinero de estos magnates y que la industria crezca con el creciente número de consumidores atraídos por las posibilidades que el cannabis ofrece para su bienestar.