Las enfermedades causadas por hongos son un inconveniente que puede aparecer en cualquier momento del cultivo, especialmente cuando la cosecha ya está madura, lo que pone en peligro el trabajo de meses. Cuando tengas problemas de hongos, querrás actuar lo más rápido posible para evitar males mayores. Pero las prisas no es el único error que se puede cometer al tratar con los distintos fungicidas que existen en el mercado. Te explicamos los fallos más comunes al usar estos productos.

Un fungicida es un compuesto biocida para controlar las diversas enfermedades fúngicas al matar o inhibir específicamente el hongo que las causa, microorganismos que pueden hacer mucho daño en el cultivo de marihuana y provocar pérdidas notables de rendimiento y calidad.

En el cultivo de cannabis, los fungicidas suelen ser necesarios para combatir problemas como el mildiú, el moho gris o la pudrición de los cogollos. Sin embargo, no todas las enfermedades fúngicas pueden controlarse con fungicidas, como ocurre con el marchitamiento por fusarium o por verticillium, donde los trastornos son causados ​​en la raíz, ya sea por insectos o por factores físicos y ambientales.

Dado que algunos fungicidas pueden ser dañinos para el consumo humano, las plantas y el entorno, muchos cultivadores buscan cannabis que se haya cultivado libre de estos productos convencionales, por lo que también recurren cada vez más a fungicidas biológicos.

Pero incluso a medida que los fungicidas orgánicos se vuelven más aceptados y disponibles, se pueden cometer errores en la aplicación de estos productos, errores que cuestan una gran cantidad de tiempo y dinero desperdiciados. Aquí van algunos ejemplos:

Identificación incorrecta del hongo

No se puede solucionar un problema de la planta si no se identifica correctamente. La identificación errónea de una enfermedad causada por un hongo podría llevar a un tratamiento extenso que no hará nada útil. Aunque el tratamiento en sí puede no tener efectos adversos para la planta, se pierde tiempo. Y cuando el problema persiste, se convierte en incontrolable, por lo que al final se deben eliminar las plantas. La falta de identificación adecuada ahora se ha convertido en una pérdida.

Jugar a mezclar fungicidas

La aplicación de múltiples productos no hará que esos tratamientos sean más efectivos. En cambio, mezclarlos podría hacer que cada tratamiento sea inútil o, peor aún, dañar las plantas. En el caso de los fungicidas biológicos o microbiológicos, algunas etiquetas indican explícitamente si se pueden mezclar con otros plaguicidas o complementos nutricionales. Si la etiqueta dice que no los mezcles con otros productos, no lo hagas.

Pulverizar demasiado (o muy poco)

Cuando detectas un problema, quieres que desaparezca lo antes posible. Por lo tanto, muchos cultivadores usan la tasa más alta de rociado (en el caso de que el fungicida sea líquido, que es lo más habitual). A veces, ese tipo de aplicación “generosa” puede funcionar, pero también puede dañar las plantas. Más no siempre es mejor. El producto adecuado, en el momento adecuado y con la aplicación adecuada aumentarán la eficacia del tratamiento.

Pero en realidad, no es tan fácil como parece. Porque cuando se rocía sobre una planta, la cobertura es crucial. Muchas veces, los fungicidas funcionan por contacto, lo que significa que tienes que rociar toda la masa vegetal y no puedes olvidarte de ningún rincón. Porque en el caso de los hongos si no atacas a toda la amenaza en su conjunto, seguirán prosperando.

No hacer una prueba antes de rociar toda la planta

Es vital… probar lo que se está echando para asegurarse de que realmente funcione. Esto parece una obviedad, pero sorprendería saber cuántos cultivadores aplican fungicidas de manera generalizada sin probar su eficacia. Cierto es que cada día que pasa la enfermedad se incrementará de manera exponencial, pero más vale gastar una jornada en probar en una hoja o una rama, antes de lanzarse a tumba abierta con toda la planta.

No almacenar los productos correctamente

No se pueden almacenar muchos fungicidas, sobre todo los biológicos, de la misma manera que se almacena un producto químico, en un armario, en una habitación o un cobertizo. Muchas veces se trabaja con un organismo vivo que puede ser sensible al calor y a temperaturas inestables. Por lo tanto, es muy importante que el cultivador revise la etiqueta del producto para conocer las condiciones adecuadas de almacenamiento.

Tratar los síntomas, no la causa

Tomamos decisiones sobre el tratamiento en función de lo que es visible. Desafortunadamente, esto suele tratar los síntomas en lugar de encontrar la causa del problema. De hecho, algunas plantas de apariencia saludable pueden estar enfermas y no darnos cuenta.

Tomemos por ejemplo el moho: cuando los vemos, por lo general han comenzado a crecer y extenderse por todo el follaje, por lo que tomamos un fungicida etiquetado para esa especie específica de hongo y rociamos las áreas infectadas. Pero, ¿de dónde viene ese moho? ¿Dónde están viviendo esas esporas para que puedan infectar continuamente nuestras plantas?

Elegimos productos sin considerar un enfoque holístico del tratamiento. Y con mucho, el mejor tratamiento para las enfermedades fúngicas es prevenir una infección antes de que aparezca. Controlar la temperatura, la humedad y el riego de las plantas es un buen comienzo. Y un buen final, sin duda, es mantener una limpieza rigurosa tanto del lugar de cultivo como de los instrumentos que se utilizan. Se trata de una regla básica para que cualquier cultivo de cannabis culmine con éxito.